Jorge Bassi – Vice Presidente de Fertilizar AC

El fertilizante se convirtió en un pilar fundamental de cualquier esquema productivo, junto con la siembra directa y la rotación; en el mediano y el largo plazo contribuye a sostener la materia orgánica de los suelos y permite una mejora en los rendimientos.

El fertilizante es un insumo clave y estratégico de la producción agropecuaria. Clave por su monto de inversión, que lo convierten en el principal insumo en los cultivos para la mayoría de las regiones productivas. Estratégico porque es un insumo que tiene un impacto en el mediano y largo plazo. El fósforo que se aplica hoy en un lote, por ejemplo, tiene además del efecto inmediato sobre el cultivo un efecto residual sobre la rotación. Para el fertilizante fosfatado los suelos argentinos se comportan como una caja de ahorro, su nivel va subiendo o bajando en función del balance entre las exportaciones que hacen las cosechas y los aportes que se hagan por fertilizantes. Muchos productores lo entienden y hacen jugar este efecto residual a su favor, aprovechando todo el efecto residual para lograr estabilidad y altos rendimientos. Además el uso de fertilizantes, en el mediano y largo plazo, tiene efecto sobre el nivel de materia orgánica de los suelos.

Esto se produce porque al aumentar los rendimientos de un cultivo, aumenta también el volumen de rastrojo que se aporta al suelo. En cultivos como el maíz, donde el aumento de rendimiento puede ser de hasta el 100% utilizando fertilizantes, aumenta en la misma proporción el aporte de carbono, equilibrando los niveles de materia orgánica en valores más altos. Esta mejora repercute en la estabilidad física del suelo, la actividad de los microorganismos y la fertilidad química (especialmente nitrógeno) del suelo. Por estas razones es que el uso adecuado de fertilizantes junto a una secuencia de cultivos con gramíneas y la siembra directa son herramientas vitales para lograr la sustentabilidad de nuestros suelos.

El conocimiento y su aplicación a campo son claves para mejorar el uso de fertilizantes, aprovechando todo su potencial y minimizando su impacto ambiental. Por ejemplo para el caso de los cultivos de trigo y cebada cuya siembra está comenzando podemos recomendar.

  • Requerimientos de nutrientes: Tener en cuenta los requerimientos de la secuencia trigo/soja de segunda para los rendimientos presupuestados (disponibles en www.fertilizar.org.ar y en lacs.ipni.net).
  • Análisis de suelo: El fósforo disponible (0-20 centímetros) y el nitrógeno disponible (n-no3) hasta 60centímetros, son datos fundamentales para poder decidir la dosis de ambos nutrientes. Otras medidas (materia orgánica, nitrógeno anaeróbico) pueden mejorar el diagnóstico en algunas zonas.
  • Modelos de diagnóstico zonales: desarrollados por el INTA, la asociación argentina de Consorcios regionales de Experimentación agrícola (AACREA) –triguero y maicero– y distintas Universidades, utilizando los análisis de suelo permiten calcular la dosis (y en algunos casos el riesgo) de los fertilizantes.
  • Otros nutrientes: el azufre es un nutriente con menos historia y es más difícil contar con modelos de referencia, sin embargo ha demostrado ser fundamental para estabilizar el rendimiento de ambos cultivos de la secuencia, por lo que recomendamos utilizarlo en dosis cercanas a reposición. Además, el zinc es un nutriente más nuevo aun, con muy buenas respuestas en trigos de la zona núcleo sojera.

 

  • Agua útil: las expectativas de rendimiento de trigo o cebada están enormemente condicionadas por la humedad a la siembra. En condiciones como las de la actual campaña la respuesta a la fertilización nitrogenada es más confiable y no depende de las lluvias tempranas de primavera.

 

Estamos convencidos de que la fertilización es una apuesta segura para el bolsillo y el suelo.